El Cañón del Atuel – 2

ATUEL

Parto de San Rafael con rumbo sudoeste. La impaciencia por la geografía que me espera me impide recorrer la ciudad, sólo transito las calles necesarias para buscar la salida. Se suceden las quintas y bodegas, el camino empieza a subir entre curvas y contra curvas hacia lo alto del cañón. El Cañón del Atuel se extiende entre sinuosidades y concavidades a lo largo de casi cien kilómetros. El río baja áspero y caudaloso en sentido sudoeste a noreste, aunque yo lo estoy recorriendo al revés, encajonado entre farallones. Pienso en cuántos fuegos y miasmas y lavas y plegamientos y explosiones hicieron falta para organizar este desorden de las rocas, para erguir semejante cantidad de piedra vertical, de paredes que estremecen por su altura. La imaginación viaja a sus anchas: percibo un dinosaurio, un minotauro, un asterix, un diablo y su cola, un…

El primer embalse de los que someten al Río Atuel es el de Valle Grande. A continuación, a unos kilómetros más sucede el Embalse El Nihuil. Entre estas dos eventraciones artificiales, el río circula por curvas y contra curvas por unos cuarenta kilómetros, angostado entre formaciones geológicas erosionadas por los vientos y las aguas de decenas de miles de milenios. Así discurre tumultuoso este río que sirve para recreación, observación y en los últimos años, un nuevo descubrimiento, el rafting. Contingentes de turistas ansiosos se lanzan a circular por sus rápidos meandros en gomones. A velocidad regular, se empapan de agua helada, parecen divertirse, se oyen gritos de los miedosos o los exaltados. Al final, en la meta, se sacan la foto con los coloridos y consabidos salvavidas color naranja.

En permanente ascenso recorro la calzada por su vera izquierda encerrado contra la verticalidad de las paredes del cañón. El camino copia las curvas, busca los pasos, su belleza incomparable parece justificar las ínfulas del Atuel. En un momento en que me detengo para tomar fotos surge la conversación con un paisano que baja caminando. Luego de conocer algunos avatares de su vida por aquí desde que nació, hace más de setenta años, el hombre concluye con una reflexión atendible.

—Vea don, yo recorro este camino todos los días, todos los santos días, pero a veces me gustaría que no tuviera tantas curvas, a veces es mejor lo recto, lo llano, acá hay demasiadas vueltas para mi gusto.

A la salida del cañón, siempre con rumbo sudoeste, llego al embalse El Nihuil. Como el anterior, el de Valle Grande, éste es otro lago de zona semidesértica con extrañas formaciones en sus costas y también en su interior. De la superficie azul sobresalen pequeñas islas de piedras desprovistas, formas curiosas que vuelven a proveer alimento a la imaginación desbocada. Después de cruzar el paredón del embalse, después de ingresar a las alturas de una zona semidesértica arribo a Villa El Nihuil, pequeña localidad trazada con calles radiales que convergen a una plaza de juegos. El pueblo fue una pequeña posta entre San Rafael y Malargüe hasta que se construyó el embalse. A partir de allí aumentó su población con hombres y mujeres de todo el país y de Sudamérica que vinieron a trabajar en las obras del dique.

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