CAVIAHUE – COPAHUE 2

Trashumancia

La Veranada

Por estos meses de marzo o abril aparece en los alrededores de Caviahue, también por sus calles, también en todas las rutas del norte neuquino, el acontecimiento ancestral de la trashumancia. Esta costumbre, que aquí se conoce con la atractiva palabra Veranada, proviene de los antiguos dueños de estas tierras, y consiste en trasladar las cabras y las ovejas, a principios de la primavera, desde las zonas bajas a las altas en busca de pastos nuevos y abundantes. Rebaños con cientos, a veces miles de animales cada uno, desde siempre se desplazaron centenares de kilómetros por senderos, picadas y caminos propios, procurando la nutrición de las alturas. Pero desde hace unos años, las entregas y concesiones provinciales de tierras a empresas para minería u otros emprendimientos de similar inquietud, han hecho que los crianceros deban realizar sus traslados por las rutas, nacionales o provinciales. Y así el viajero los encuentra varias veces en su camino, agradecido por esa visión de lanas, patas, cuernos y pelos, que suele aparecer como una alucinación, a veces en algún atardecer a contraluz, a veces a la vuelta de una curva peligrosa que exige detenerse inmediatamente, a veces interrumpiendo el infinito espejo que construye el sol sobre una ruta pavimentada. Y ahora están regresando, desde lo alto hacia los valles de temperatura más benévola, antes de que la nieve les impida la partida.

Los caballos

Los caballos caminan por las banquinas formando una especie de pared o límite tangencial del rebaño, una mera demarcación atemporal que se sucede a sí misma a través de los infinitos recorridos de la manada. Uno detrás del otro, zainos, alazanes, moros, tostados, tobianos, manchados, se desplazan casi oliéndose las ancas y las colas, estableciendo una especial variedad de barrera invisible para nosotros, pero que las cabras y ovejas entienden como cordón fuera del cual viaja lo prohibido, lo inaccesible para ellas. Ésta es la ayuda imprescindible que aportan los caballos para impedir el desmadre. Pero ellos no hacen otra cosa que eso, no actúan con violencia ni alevosía, sólo se mueven en los márgenes, caminando ensimismados en sus mundos interiores y sabiendo que las cabras los respetan, que con ellas entienden ambas limitaciones, que cada cual sabe bien cuál es su juego, es decir su trabajo.

Los perros

Los perros de la Veranada son de tamaño mediano, no hay aquí, ni hace falta un gran porte, una temerosa presencia. Su función es, sí, mostrar los colmillos a cada rato. Ellos son como los preceptores del rebaño, si reciben una orden del patrón, la ejecutan sin reservas, sin retaceos. No descansan nunca, ante un mínimo movimiento de cabeza del que va a caballo, una mirada, una seña, una voz que se cruza elevando una orden, saben bien qué remedio instalar, a cuáles de las cabras u ovejas les tienen que mostrar los dientes, a cuáles de las retrasadas o insumisas tienen que ladrar, en escenas que parecen que van a terminar con varias mordeduras. Y allí también aparece cierto contrato no convenido expresamente. Porque los perros de la veranada nunca muerden, y las cabras hacen como que se asustan y corrigen sus errores de circulación y vuelven a incluirse en el rebaño. Estos canes no llevan el estigma de ninguna raza dotada de pureza, por eso quizás sus múltiples pelambres obedecen a mezclas y avatares de veranadas anteriores. Todos llevan entremezclada la simpatía que despiertan en el viajero, por la seriedad que le imprimen a sus labores, por sus improntas callejeras, sus personalidades aprendidas en lances cruzados para ganarse el sustento. Sus pelos, largos o cortos, se los ve enmarañados por tanto viento, arremolinados por los abrojos y espinos que se les adhieren en el trabajar o en el dormir.

Las cabras, las ovejas

Las cabras, las ovejas van. Van entre cientos o miles como si supieran que son las principales actoras de esta representación errante que se desplaza por las rutas. Caminan y trotan con las cabezas erguidas, simulando una obediencia precisa. Simulan asustarse por los dientes de los perros, simulan seguir un derrotero marcado por los caballos, simulan cambiar sus rumbos ante las señas de los crianceros, pero lo que sucede meramente es que ellas van, sólo van. Las mueve un interés animal por sus alimentos, el real y concreto que les sirva para llenar sus estómagos, y el espiritual, constituido por el gran recibimiento que les tributarán los sedientos chivatos cuando lleguen a casa.

Los Hombres

Los hombres que laboran la marcha saben que desempeñan un trabajo antiguo. Muchos de ellos habrán nacido durante un traslado seguramente. También con seguridad, de niños habrán sido llevados atados a las espaldas maternas, envueltos en ponchos y mantas que también transportan la impronta y los bálsamos propios de la trashumancia. Cada uno tiene un orgullo de sus antepasados para relatar en las noches de acampe, una anécdota gloriosa a la que nadie intentará descreer ni desmentir. Montados en el caballo que cada uno ha elegido al partir, de a ratos caminando (las piernas arqueadas, como si les faltara la redondez de la grupa) para descansar la osamenta, envueltos en los ponchos que les atajan los mil vientos, el infaltable y necesario sombrero de ala ancha calzado al mentón con hebras de lana trenzadas, dirigen el arreo con ademanes, con voces que suenan en los valles como una letanía imperecedera. Cada uno ejecuta con su garganta alguna de las infinitas formas de vocalizar las ordenes al rebaño, una música particular que lo acompaña, lo ordena, lo incentiva, mezclando notas agudas con graves de donde nacen novedosas melodías que parecen desplazarse y rebotar entre las piedras del valle, y luego más allá, entre los horizontes montañosos. Las ovejas y cabras entienden esos sonidos modificados por las inflexiones que acompañan esas notas, como en una partitura rota en infinitos latidos. Y a veces la letanía va acompañada de un alado ademán que preanuncia una orden, un mandato que sobrevuela las cabezas, un brazo que se dirige al cielo en contraluz, con el sombrero en la mano, indicando la orientación del rumbo.

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